Buscar trabajo en Navarra: Cuando volver a Pamplona se convierte en misión (casi) imposible

Ilustración sin título

No podré vislumbrar los murciélagos del paseo del Arga, ni deleitarme con el próximo concierto de música coral en la iglesia de San Nicolás, ni degustar con la cuadrilla el flamante vencedor del certamen de la semana del pintxo.

No podré cantar al únísono el último gol del Chimy en el Sadar, fundido en la jubilosa masa rojilla del Graderío Sur. 

Y no podré ver la Higa de Monreal mientras desayuno, en la cocina de la casa familiar, una trenza del Reyno y un delicioso café torrefacto.

En lugar de ello, he de contentarme con leer con una envidia aderezada por la nostalgia el Pamplonews desde la barrera, durante la pausa del almuerzo, mientras como la misma puñetera bazofia cada día.

Vivo en el exilio desde hace 13 largos años en una ciudad centroeuropea en la que a Racine le bastaron cinco días allá por 1687.

Decidí tomarme la píldora roja y salir a llenar la mochila, como se dice en los círculos intelectuales masónicos, ávido de nuevas experiencias, como una versión diplomada del hijo pródigo. La idea era volver a las tierras que me vieron crecer, y una vez formado internacionalmente, ofrecer mis habilidades y competencias profesionales a una empresa navarra, aportando nuevas ideas y formas de hacer. Volver a pasear por los parques donde antaño jugaba pachangas de futbito hasta que me cosían a patadas los mocetes del barrio.

Desde hace varios años, mis currículos y cartas de presentación inundan los buzones de los departamentos de Recursos Humanos, la profesión más antigua del mundo. Un marasmo de bytes infructuosos, donde se implora una oportunidad, se suplica la concesión de una entrevista de trabajo.

De la lectura detenida de la descripción de los puestos de trabajo se colige que el candidato debe de ser la absoluta encarnación del Übermensch nietzcheano

Paul Galtzagorri

De entrada, la labor de búsqueda de trabajo en la comunidad foral no es sencilla. En los innúmeros portales de empleo, se filtra por localización, primeramente, procediendo a sondear después el catálogo de profesiones que vomita el motor de búsqueda, para las cuales desgraciadamente uno no está capacitado: Técnico de laboratorio, Arquitecto de Java, Consultor de SAP, mamporrero.

Citius, Altius, Fortius. De la lectura detenida de la descripción de los puestos de trabajo se colige que el candidato debe de ser la absoluta encarnación del Übermensch nietzcheano. Ha de contar con más de 10 años de experiencia en puestos similares (sic), contar con un MBA por una escuela de negocios de tronío, hablar inglés con un nivel digno del bardo de Duluth, manejar los paquetes informáticos cual Julien Assange.

¿Realmente es necesario hablar esperanto para ser carretillero en Metauten?

Una vez espigada la oportunidad laboral que otros no quisieron o no supieron ver, se procede a actualizar (cuando no a traducir al castellano por vez primera en mucho tiempo) el CV con el último curso de contabilidad efectuado, la flamante habilitación como experto en compliance o simplemente añadir “clases de salsa” en la postrera sección de aficiones (se descarta utilizar la expresión “hobbies” para no parecer una criatura de la Tierra Media).  

Después se confecciona una carta de presentación haciendo gala de una oratoria digna de Demóstenes con el fin último de meterle un gol al empleador de turno. Una vez adjuntados todos los documentos y tras cumplimentar un proceloso cuestionario previo con preguntas capciosas tales como la indicación del salario deseado, el periodo de preaviso o la sinuosa invitación a identificarse como hombre, mujer o todo lo contrario, se procede a pulsar el botón de “enviar”.

Y es entonces cuando la fábrica de sueños empieza a funcionar (a menudo se inician igualmente rondas de consultas y pesquisas subterráneas para dilucidar si algún conocido trabaja en la empresa solicitada, una mano invisible que pueda propulsar la candidatura allende los becarios del departamento de Recursos Inhumanos que se reparten las vestiduras del candidato a los dados, y doblar así la dúctil vara de la justicia bajo el peso de la misericordia o el propio interés).

Abandonad toda esperanza, quienes aquí postuláis. Las más de las veces observaréis cómo el status de vuestro currículo pasa de estar inscrito, luego leído, quizá con suerte después provisionalmente ungido (“sigues en proceso”) para acabar en el muladar del rechazo, unas semanas después. Todo ello mientras el número de inscritos en la susodicha oferta alcanza las dimensiones de una orquesta wagneriana.

“Tu perfil no casa con el perfil que tenemos en mente actualmente para esta posición” es el leitmotiv del recruiter navarro. Una alambicada forma intelectual de dar una patada a tus ilusiones de retorno, como a un perro sarnoso.

Si acaso obtuvieseis la gracia de una entrevista personal, además de incurrir en hipotéticos gastos en vuelos urgentes y transitar por sucios trenes en cuyo vagón-bar apuraréis una Cruzcampo mientras os planteáis la estrategia para el careo profesional, accederéis a una experiencia dadaísta, donde las más de las veces el entrevistador os mirará con recelo y desconfianza, con una expresión de velada sorna, reflejando crueldad y burla. 

Mantener desinformado al candidato, turbias tácticas dilatorias, correos electrónicos torticeros, dar largas y la cancelación del proceso de selección de manera unilateral como último recurso cuando todas las demás artes de la argumentación han fracasado.

Quiero conseguir la respuesta. ¿Por qué? ¿Por qué? No entiendo. ¿Por qué en cada proceso de selección pasa lo mismo? Son unas empresas fantásticas… pero, ¿por qué cada año?

Amo mi tierra y deseo poder volver algún día.

Paul Galtzagorri

No sé si serán los enchufes, o que los otros candidatos son los nuevos niños mentales de la Singularidad, o es que son muy simpáticos. Espero no vivir toda mi vida con esta cuestión y que un día tenga respuesta.

Por mi parte, los responsables de recursos humanos de Navarra podrían defecar en mi riñonera y todavía guardaría mis juanolas ahí. Todo sea por acceder al Valhalla laboral navarro. 

Amo mi tierra y deseo poder volver algún día.

¿O quizá haya que emprender un proyecto propio, autoemplearse, para poder trascender el proceloso Mar de los Sargazos que es el mercado laboral en Navarra?

La respuesta, amigo, está flotando en el Gaucho.

(Las opiniones de este artículo corresponden exclusivamente a su autor)

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