Al salir de clase

Paul Galtzagorri: Regreso al futuro.

Paul Galtzagorri: Regreso al futuro. Crédito: Arnau | @Arnaucomics

“Y dejar de lado la vereda de la puerta de atrás

Por donde te vi marchar

Como una regadera que la hierba hace que vuelva a brotar

Y ahora es todo campo ya” (Robe Iniesta)

Caminaba por la calle Larios una tarde de miércoles de finales de septiembre junto a mi amigo Javier, en el comienzo del otoño malagueño, que ya quisiéramos nosotros en Pamplona para nuestro verano.

Zumbaba mi WhatsApp como un enjambre de abejas asiáticas en la canícula de las calles de la capital de la costa del sol,llenas de turistas rusos en su particular montaña mágica, amenazando con aniquilar la batería, lejos de casa. 

La sorpresa fue mayúscula cuando descubrí que había sido añadido en el enésimo grupo del Wasa. Costumbre inveterada, ahora casi perdida en los tiempos de Tik Tok, el verse invitado a un elenco cibernético con un fin común.

En esta ocasión se trataba de una ocasión singular. Nada más y nada menos que festejar con una comida los cuarenta años cumplidos por los miembros de la cosecha del 85 del Colegio Sagrado Corazón.

Había oído rumores, sabía que en los mentideros de Pamplona había ruido de sables, conspiraciones masónicas, intercambios frenéticos de mensajes. Pero ahora era una realidad que se materializaba en mi smart phone en tiempo real.

Las cabecillas de la iniciativa iban añadiendo nombres al grupo como en los días de la creación, llamando a filas, saliendo por los caminos reclutando al viejo ejército desbandado desde un mes de junio de 2003, cuando la conclusión de las pruebas de la selectividad ponía fin a 16 años de escolaridad, otros tantos de ver las mismas caras, los mismos gestos, en las aulas y en los patios del colegio, de niños a adolescentes, en pos de lo desconocido.

Andaba por aquellos días en la ComiCon, y ver por el día a multitud de desconocidos disfrazados de los superhéroes que marcaron mi infancia y mi adolescencia, y por la tarde, cotejar el catálogo de antiguos compañeros que iban sumándose a la causa, a ritmo acelerado uniforme, me sumergía en la nostalgia de ver cómo más de veinte años de existencia se habían escurrido en el vacío, como la arena de la playa de la Misericordia entre los dedos de mis pies.

Un goteo de nombres y apellidos hasta llegar a las 96 almas que acogió el grupo, no hay problemas de espacio en la eternidad de la colmena cibernética.

De repente el compañero del que no sabías nada después de dos décadas reaparecía con un chascarrillo, una anécdota casi olvidada, una vacilada ya inocente, despojada de su vitriolo por el arte del paso del tiempo. Otros se volvían a enfundar sus apodos y sus motes para encarnar una vez más la persona que fueron hace años, para mayor satisfacción emocional de sus ex-compañeros.

También se compartían capturas de los viejos catálogos, en clara violación de la LOPD, donde se veían los rostros de esos niños embutidos en sus batas escolares, inmortalizados junto a sus tutores, de mirada taciturna, otra generación de alumnos más que han visto pasar por sus aulas, mejor alimentada por el mercado común y la ortodoxia económica.

Niños que ahora son padres, madres, dentistas, fontaneros, investigadores, músicos, funcionarios, electricistas, operarios de fábrica,farmacéuticos, enfermeras, profesores, titulares de hipotecas, paganos de la Agencia Tributaria. Cambió el uniforme y el rostro de la autoridad pero seguimos siendo siervos. Al menos podemos seguir aprendiendo, como en aquél esbozo a lápiz de Goya, fuera del aula.

Se fijó fecha y hora, el sábado 8 de noviembre a las tres de la tarde, comida en el Catachu, menú finde mediodía, 27.30 EUR, IVA incluido. Primeros, Segundos, Postres Caseros. Agua, vino crianza (sic), cerveza y sidra, para regar la nostalgia.

96 fueron los llamados, 45 los escogidos que pudieron acudir al emplazamiento y pagaron religiosamente por bizum el precio del ágape de los antiguos alumnos del Sagrado Corazón. 

Llegué directamente del tren a la estación de Pamplona, ataviado como Steve Jobs para garantizar una imagen digna después del tráfago de las tiendas de grandes tallas que constituyeron el inmundo vestuario de mi adolescencia, para sumergirme de lleno en el zeitgeist de los noventa y el principio de los dos mil en la vieja Iruña: música de Estopa y Linkin Park; el olor a mocho; los arcades del Q-Zar; la pista de hielo de Conde de Rodezno; los tazos; los Nokias con su juego de la serpiente; las cartitas que pasaban de pupitre en pupitre hasta el idolatrado receptor durante los preceptivos 15´de oración y lectura espigada de los titulares del Diario de Navarra; los goles de Manfredini e Iván Rosado; mochilas con carrito; la cara ropa de Rip Curl y Billabong reservada para los estetas de la moda urbana. 

El panteón de la aristocracia de Pamplona se abría y dejaba salir por unas horas a sus hijos pródigos, machacados por las extra-escolares de los nenes, las auditorías intempestivas, las vacaciones en la Pineda, la recogida de la bosta de sus estimados cánidos en bolsitas de plástico sufragadas con el dinero del contribuyente.

Se juzgó oportuno organizar un encuentro preliminar en el Café Iruña para prolongar por adelantado la histórica jornada. Y así, nada más llegar al emblemático escenario se fueron produciendo esa miríada de reencuentros anticipados durante semanas virtualmente, a quemarropa, como si uno estuviese jugando al Doom o al Quake. Me entristeció no ver a aquella estimada compañera de tantos años, que en la fiesta del cole no dudó en portar la sudadera de Extremoduro que rezaba aquél leitmotiv generacional “Idos todos a tomar por culo”.

Un juego de reconocer rostros camuflados por la madurez y las vicisitudes de la vida. Con la doble década transcurrida, les cambió la voz, la palabra; el bozo se les había convertido en una barba espeluznante y los uniformes escolares se les ensancharon por el canesú, las mangas y las caderas. Ya no eran los alumnos del Sagrado Corazón.

Concluida la comida, propicia para compendiar tu existencia en unos minutos mientras se daba buena cuenta del pastel de hongos y el ajoarriero, la comitiva emprendió la ardua tarea de encontrar refugio para tantas personas en los tiempos del tardeo. El Subsuelo, atestado, fue descartado después de incursionar por sus catacumbas, llenas de émulos de Tony Manero y Sandy Olsson. 

Fuimos en procesión por las calles del casco viejo buscando acomodo para una clase que se iba disgregando en grupúsculos, como antaño, al salir de clase. Pude ponerme al día con algunos compañeros, me sorprendió que muchos habían elegido vivir en los pueblos de Navarra, lejos del mundanal ruido y de los precios confiscatorios de los inmuebles en Pamplona. Hablaban de invertir en cripto y en oro como otrora hubieran intercambiado cromos de fútbol, los nuevos juguetes financieros de la adultez.

Acabamos en los aledaños del Nicolette, donde era una hazaña bélica imposible pertrecharse de un cubata; el Malkoa fue más propicio para abastecerse. Me venían a las mientes los tiempos en que la cuadrilla acudía al Mabo a adquirir la priva, devorando posteriormente la pizza hawaiana del telepa aderezada con kalimotxo con kiwi y otras aberraciones de sommeliers incendiarios en los bancos de las plazas. Seguimos gravitando alrededor de los mismos lícitos venenos con el preceptivo sello impositivo.

En la fría tarde otoñal de Pamplona pude evocar un lejano episodio de la infancia, cuando en representación de la clase despedí en la puerta del colegio a un compañero del cole que regresaba a su Zaragoza natal, en las postrimerías de la primavera. Es curioso cómo un mismo recuerdo puede quedar más o menos grabado en la memoria, según sea la posición, el rol que desempeñó uno u otro. El que se va siempre tiene la retina más fina.

Al final, como en un finde cualquiera, se fueron produciendo las deserciones paulatinas, las bombas de humo, las despedidas a la francesa y las interminables, agónicas, a la pamplonesa. Nos quedamos algunos de los de siempre, que en esa configuración no nos veíamos desde hace hoy veinte años, como la banda de corazones solitarios del sargento pimienta. Acabamos en un bar de cuyo nombre ahora no me quiero acordar, donde apuramos los últimos momentos de la noche, con las confesiones etílicas de los crush de la adolescencia más o menos veladas, los secretos a voces, cantando a viva voz las canciones de Nino Bravo, juegos de la edad tardía.

A veces uno en las alucinaciones del patxaran adulterado pensaba que el lunes siguiente volvería a rememorar todo durante el recreo.

Pero todo se acaba. A mi amigo Fernando le hurtaron su abrigo y debió conmutarlo por lo que pudo encontrar en la barra, un infame tabardo raído que al menos le sirvió para volver a casa sin agarrar un resfriado, por las impolutas calles de Lezkairu.

Podría cerrar los ojos y ver aquél reducto del Soto ajeno a las grúas y la civilización, huertas serpenteando a lo largo de una carretera perdida, antes de convertirse en la zona de esparcimiento VPO para los de mi generación. Y pensaba en todos aquellos compañeros de clase, a los que no veía durante veinte años, pero que marcaron de manera indeleble mi vida. El primer amor; los juegos del recreo; los exámenes; los trapicheos para evitar leerse el fragmento preceptivo de Amaia y los vascos en el siglo VIII; las duras derrotas contra el Gazte Berriak del equipo de futbito; las primeras visitas nocturnas al Sector, terrenos de la adolescencia por desbrozar; el entierro de la niñez en los soportales del Reta.

Es cierto que no eliges a tus compañeros de clase, ni a tus profesores; los padres eligieron el centro educativo por ti y los profesores ejecutaron la última ley educativa. Pero sí eliges a quiénes te arrimas, de quienes no puedes prescinde.ir a pesar de los años y los escalones en la pirámide educativa. Y del resto, queda siempre un chascarrillo, una memoria compartida, una muletilla que adoptaste en tu vocabulario, un deje, un gesto, un acento. En definitiva, tu esencia.

Por todo ello, seguiré intentando soñar con volver a vernos todos, al salir de clase.

La vida de Pamplona-Iruña en tu Whatsapp

Recibe de lunes a viernes en tu teléfono el boletín con la información más útil.

Muchas gracias ya formas parte de la comunidad