Pamplona, tan joven y tan vieja
No permitamos que la historia nos recuerde como una generación que supo diagnosticar sus problemas, pero no supo resolverlos, escribe Paul Galtzagorri.

En ocasiones, la maraña de noticias e informaciones que como un caos informe se atropella en los distintos medios de información nos impide hacer un uso inteligible de dichas estampas informativas y acabamos procesando como un ruido blanco lo que debiera hacernos reflexionar.
Así, la aprobación en estos días por parte de la Junta de Gobierno Local de Pamplona de la modificación del Plan Municipal para incluir en el catálogo de elementos protegidos la barandilla del león de Víctor Eusa me llevaba a recordar de manera aparentemente inconexa la reciente defensa en la UPNA de la tesis doctoral del sociólogo Xabier Tirapu Intxaurrondo, dirigida por los profesores Marta Rodríguez Fouz e Ignacio Sánchez de la Yncera.
En la misma se analiza la precariedad en la juventud navarra. Tirapu cuestiona la visión homogénea de la juventud (18-35 años) y propone el término “negación de la adultez” en lugar de “prolongación de la juventud”, argumentando que la precariedad impide la transición a una adultez estable.
En un análisis cuantitativo, describe la precariedad juvenil en Navarra identificando los segmentos más afectados, destacando una discrepancia en la edad de emancipación: mientras las encuestas de 2023 indican 22,7 años, otros indicadores señalan 29,9 años, atribuyendo esta diferencia a trayectorias de emancipación inestables.
También estudia la percepción individual de la precariedad, observando que los jóvenes interpretan su precariedad como resultado de decisiones personales, como la elección de estudios, la falta de talento, la escasez de oportunidades o incluso el azar. Esta percepción se basa en una culpa personal, en lugar de reconocer factores estructurales.
Una tercera información de gran relevancia la proporcionaba el Ayuntamiento de Pamplona, que en un diagnóstico reciente estableció que el 23% de su población tiene más de 65 años, de los cuales el 59% son mujeres, y el 7% supera los 80 años.
Dicho informe revela que el 25,3% de las personas mayores viven solas y el 3,36% son extranjeras. El estudio identifica fortalezas en accesibilidad y servicios públicos, pero también desafíos como la soledad no deseada y la necesidad de mejorar la coordinación de servicios.
Pamplona, tan joven y tan vieja. Lastrados por la precariedad, muchos jóvenes pamploneses languidecen sin llegar a madurar plenamente, mientras la ciudad envejece en soledad.
El viejo león férreo de Eusa, diseñado en el marco del proyecto del parque de la Media Luna entre los años 1937 y 1938, ha sido testigo de numerosos cambios en estos casi 90 años. Desde que estos impasibles felinos vigilan nuestra ciudad, Pamplona ha pasado de estar marcada, en los años cuarenta del siglo XX, por un férreo control político y religioso, una economía basada en la agricultura y una sociedad tradicional con fuertes desigualdades y estructuras rígidas, a convertirse, en el siglo XXI, en una ciudad dinámica y abierta, floreciente, diversa y plural, en la que no obstante surgen nuevos problemas que se deben arrostrar para seguir creciendo como una unidad de convivencia fuerte.
Para los jóvenes de Pamplona hoy, es crucial luchar contra el elevado desempleo juvenil, la precariedad laboral, las dificultades para acceder a la vivienda, el incremento de los costos de las habitaciones en pisos compartidos, el desajuste entre formación y mercado laboral o el impacto del cambio climático.
Como decía Napoleón, “cada ocasión desaprovechada en la juventud es una probabilidad de desgracias para lo futuro”.
Busquemos soluciones para evitar que los leones de Eusa nos miren con tristeza y desdén cuando nos alcance la vejez. Puesto que Pamplona no es solo una ciudad que envejece; es también una ciudad que lucha por su porvenir.
Mientras los jóvenes enfrentan un horizonte incierto, atrapados entre la precariedad y la imposibilidad de emanciparse, los mayores se enfrentan a la soledad y a un entorno que, a pesar de su aparente dinamismo, no siempre les ofrece la seguridad y el acompañamiento que necesitan.
La barandilla del león de Eusa, ahora protegida como símbolo de nuestra memoria urbana, no es solo un mudo testigo de hierro forjado, sino un recordatorio de que una ciudad no es solo su pasado ni sus edificios, sino sus generaciones en tránsito, su juventud en búsqueda de futuro y sus mayores en espera de compañía.
El desafío de Pamplona es lograr que esos leones no sean solo un vestigio de tiempos pasados, sino un símbolo de continuidad. Que las generaciones que hoy se sienten perdidas encuentren caminos para crecer sin la sombra de la precariedad y que quienes han vivido lo suficiente para ver la ciudad transformarse no tengan que envejecer en el olvido.
El destino de una ciudad no lo escriben sus calles ni sus monumentos, sino sus ciudadanos. No permitamos que la historia nos recuerde como una generación que supo diagnosticar sus problemas, pero no supo resolverlos.
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