Impresiones de un verano en Pamplona
Últimos compases del «Pobre de mí» en la plaza del Ayuntamiento de Pamplona. Toda la ciudad queda abandonada por los azarosos pamploneses que, en estampida, acuden a las playas de Cambrils y Salou…
¿Todos? ¡No! Una nutrida partida de irreductibles ciudadanos resiste, todavía y como siempre, al turismo de masas. Y la vida en Pamplona es más fácil para sus visitantes veraniegos que gozan de los innúmeros bares y cafeterías, las piscinas municipales, los ríos y embalses navarros…
Si te has visto forzado a emigrar y a desempadronarte de tu municipio, darse un remojón en las piscinas municipales de Pamplona y sus alrededores se complica. En algunas, debes contar con el patrocinio de un socio bondadoso que te invite, previo pago de una suma para engrosar las arcas del ayuntamiento. Los fines de semana ni siquiera con esa invitación magnánima podrás acceder al edén de cloro y crines de adolescente, partidas de mus y zuritos de cerveza sin alcohol a la hora de la zambra ¿Discriminación para los hijos pródigos que fueron a buscar el pan por otras tierras?
En otras piscinas se cobran entradas que exigen al bañista ocasional rascarse el bolsillo del bañador, con precios de hasta 20€ para acceder al vaso atestado de contertulios que ponderan los fichajes de Osasuna, la ausencia de pepitas en las sandías transgénicas o el precio de la gasolina, como absolutos discípulos de Sócrates. Todo ello mientras intrépidos nenes hacen saltos mortales sobre las testas acongojadas de los esforzados discípulos de Johhny Weismüller.
Los altos precios de las entradas no justifican en ningún caso los asaltos nocturnos de jóvenes a las piscinas para darse un chapuzón a la luz de la luna. Pude atestiguar una de estas incursiones que suponen un serio peligro para los temerarios adolescentes.
Una alternativa nada desdeñable a las piscinas es aventurarse por los ríos y pantanos de la comunidad foral. Tuve la ocasión de remojarme los pies en el río Ezkurra, en Elgorriaga. Con la pequeña zona acotada para el baño se garantiza la seguridad de los bañistas y el fácil acceso a las aguas, así como mantener a raya a las traicioneras culebras.
La gastronomía navarra no baja la guardia durante el periodo estival. Pude comprobarlo acudiendo al Shangri-La de los epicúreos forales: el restaurante Rodero de Pamplona. Me zambullí en su menú para degustar. Yo he comido cosas que vosotros no creeríais. Crujiente de anguila ahumada y yogur. Buñuelo de queso Iraty Ossau eclosionando en mi paladar. Pan de vidrio con papada y txistorra refulgiendo en mi plato como el Portal de Francia en una tarde de verano. Pochas de Sangüesa, anguila y foie micuit más allá de Escolapios. Todos esos bocados perdurarán en el tiempo, como michelines en un cuerpo fofo. Es hora de apuntarse al gimnasio.
Por fin pude disfrutar del excelente café y las tostadas de jamón con aguacate de Coffing, un magnífico establecimiento que hará las delicias de los hipsters pamplonicas, trascendiendo el torrefacto. El lugar ideal para estar y ser visto.
Hay noches de verano que duran cuarenta años o más, como en las veladas nocturnas deTerraceo Live Music en Itaroa, donde pude emular a Tony Manero disfrutando de música en vivo con un granizado de limón y Nachos a la Riojana del food truck The Roast Cook. ¿Quién podría resistirse a vivir el sueño de una noche de verano?
No faltaron los pintxos, con una visita obligada al Gaucho, donde pude dar buena cuenta de los clásicos infalibles: Huevo trufado; Rillete de pato; el Cojonudo; Kokotxas de bacalao; Huevo escalfado y huevas de trucha…Un elenco de estrellas hasta culminar en el absoluto Mbappé de los pintxos, la tostadica de foie-gras.
También se rindió pleitesía al Baserriberri, con su propuesta innovadora y multipremiada: el flamante Resanndwhich, el bOOmVeja!!, el #SuperhotDogKreativo o la ración de palomitas marineras bravas.
Después de estas gestas gastronómicas, fue necesario refrescarse con los imprescindibles helados de Larramendi, una fábrica de sueños transformando sabores de la infancia, como el de queso Idiazabal con membrillo y nueces.
Fue interesante testar el estado de la cultura pamplonesa bajo el sol inclemente de agosto. Visité la nueva tienda de La Casa del Libro, bien pertrechada y organizada pero que sin duda palidece ante la calidad literaria insobornable de Walden, el parnaso de los lectores de Pamplona.
Me alegró comprobar que Julio Atienza sigue en plena forma y su tienda TBO sigue vendiendo comics exquisitos y albergando improvisadas tertulias para los amantes del noveno arte.
Una grata sorpresa fue descubrir Re-read, una tienda de libros de segunda mano en el corazón del casco viejo. Me tentó rescatar de las estanterías “El Rodaballo”, de Günter Grass, pero decidí devolverlo al río de los libros perdidos y llevarme a cambio una edición ilustrada de “El Cazador”, de Miguel Delibes.
Una muy recomendable visita a la bodega Antonanza, en el hermoso pueblo de Cordovilla, me permitió degustar el vermut artesano Oro Nómada, reconocido como el mejor del mundo en el certamen por Catavinum World & Wine Spirits Competition. Allí, Fernando Alonso, simpatiquísimo y orgulloso artífice del premiado vermut, nos explicó con detalle todos los entresijos de este producto y nos desafió a identificar alguna de las 23 hierbas que lo componen.
Sin duda, más allá de los Sanfermines, si estás de visita por Pamplona este verano o te has quedado de Rodríguez, no te faltarán oportunidades para disfrutar de esta gloriosa ciudad. ¡Riau Riau!
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