Los mercados que se apagan y los que florecen en Pamplona

Mercadillo Navidad. Crédito: Cristina Núñez Baquedano. Ayuntamiento de Pamplona.

Mercadillo Navidad. Fotografía: Cristina Núñez Baquedano. Ayuntamiento de Pamplona. Crédito: Cristina Núñez Baquedano. Ayuntamiento de Pamplona. | Ayuntamiento de Pamplona

Hay una cualidad particular en las mañanas de Pamplona que los habitantes de la ciudad reconocen al instante. En esta ciudad se genera una mezcla de calles adormecidas que se despiertan con la energía de la gente que va con un propósito, con bolsas de lona en la mano.

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Durante décadas, el corazón de Pamplona ha latido al ritmo de sus mercados. Son lugares de encuentro donde la generosidad de la tierra se encuentra con las manos humanas, donde los agricultores y los artesanos convierten las plazas públicas en aldeas temporales de comercio y convivencia.

Sin embargo, algunas de estas tradiciones se han desvanecido en silencio, dejando solo recuerdos y fotografías descoloridas. Otras persisten, adaptándose. Otras han surgido nuevas y vigorosas, aprovechando el renovado interés por lo que hoy llamamos «local», «ecológico» y «natural», aunque nuestros abuelos simplemente lo habrían llamado comida.

Venta de ajos en la plaza de Recoletas. Galle Gallego, José. FOTÓGRAFO.
Venta de ajos en la plaza de Recoletas. Crédito: José Galle Gallego.

Ajos «ajados» en la Plaza de las Recoletas

La Plaza de las Recoletas se ganó su apodo popular de «Plaza de los Ajos» cuando, durante las fiestas de San Fermín, los vendedores la llenaban de puestos de ajos. No era un mercado cualquiera, sino «el» lugar donde los asistentes compraban sus ristras icónicas. Incluso a principios del siglo XX, la gente las lucía como aromáticos collares ante los novedosos fotógrafos. Sin embargo, querido lector, si hojeas las fotografías antiguas, verás que la plaza ha cambiado mucho.

Había cuarenta o más puestos de madera abarrotando el espacio, con toldos que daban sombra a montañas de horquillas de ajo procedentes de Falces, Corella y Peralta. La escena era tan emblemática que los visitantes se llevaban a casa esas horquillas de ajo como recuerdo de la ciudad con más frecuencia que cualquier otra cosa.

Pero las tradiciones, como los bulbos de ajete, pueden marchitarse. En los años setenta, los vendedores ya notaban problemas, pues los precios no seguían el ritmo de los crecientes costes y las ventas disminuían año tras año. El declive fue gradual, pero implacable. De los seis puestos que quedaban en 1989, el mercado se redujo a solo dos en 2004 y, en 2011, solo continuaban los hermanos Martínez. Finalmente, en 2019, incluso este último vínculo se rompió y el mercadillo del ajo desapareció, siendo sustituido por otros usos de la plaza.

El mercado navideño de la Plaza del Castillo

Ahora bien, hay fiestas que perduran y, con ellas, sus toldos y tenderetes. No todos los mercados tradicionales han seguido el camino hacia la obsolescencia. La Navidad también conserva su tradición mercantil. La Plaza del Castillo acoge multitud de puestos de productos artesanos durante las fiestas. A este espacio se suman también organizaciones de comercio justo, que ofrecen productos e información sobre su labor de desarrollo.

No se trata de las enormes operaciones comerciales que se encuentran en algunas ciudades europeas. Sin embargo, este tamaño más reducido resulta apropiado para Pamplona. Al ser algo más pequeño, resulta bastante íntimo y puedes hablar con la persona que ha hecho lo que estás comprando sin tener la sensación de estar en un parque de atracciones.

El mercadillo de San Blas. Crédito: Alberto García.

El mercadillo de San Blas

Poco después, el 3 de febrero, San Blas, se instalan en la Plaza de San Nicolás unas dos docenas de puestos que venden dulces y pastas tradicionales. Los productos se siguen bendiciendo tras la procesión y los vecinos hacen cola. ¿Qué buscan? Pues simplemente rosquillas, tortas y dulces, con ese entusiasmo predecible que marca una tradición genuina y no un espectáculo para turistas.

Por la tarde se celebra la soka-dantza, una antigua danza en cadena interpretada por el grupo municipal Duguna. En ese momento, las máscaras y el oso anuncian la llegada del carnaval. Esta fiesta ha logrado lo que no pudo el mercado del ajo. Se ha mantenido arraigada en la práctica comunitaria más que en el espectáculo para visitantes, lo que quizá explique su supervivencia.

El mercadillo de Landaben

Hay que ser realista. Una cosa son las fechas excepcionales y otra muy distinta es el ritmo semanal. Si eres de fuera o de aquí o de más allá, si quieres saber cómo se alimenta realmente Pamplona, olvida las fiestas y ve a Landaben un domingo por la mañana.

Todos los domingos, excepto en julio y agosto, más de un centenar de puestos abren en un polígono industrial. No es pintoresco, ¿y qué más da? Los aparcamientos y las naves industriales no evocan exactamente las plazas románticas, pero lo que les falta de encanto lo compensan con autenticidad y tamaño.

El mercado se divide en dos zonas. Por un lado, están los puestos de alimentación y comestibles, y por otro, los no alimentarios. Aquí las familias hacen sus compras de verdad. Los ritmos semanales de la vida doméstica se encuentran con los ciclos estacionales de la agricultura. Los vendedores conocen a sus clientes habituales. Estos saben qué puestos tienen los mejores tomates, los huevos más frescos y el pan con más sabor.

Cabe señalar que el mercadillo heredó la tradición del antiguo «rastro» que operaba en Txantrea hasta principios de los años noventa. Esto demuestra que los mercados no tienen por qué permanecer en un mismo lugar para mantener la continuidad. Se definen menos por la ubicación que por las relaciones que posibilitan: productor con consumidor, vecino con vecino y la ciudad con su entorno agrícola, hinterland -palabra hortera pero de uso común-.

¿Y la cosa no cambia? Pues claro. Ahí está la nueva ola: local, ecológico, natural… Pero tengo una pregunta… ¿Qué es esto? En algún momento entre el declive del viejo mercado del ajo sanferminero y hoy, ciertas palabras se convirtieron en magia de marketing: «local», «ecológico», «orgánico», «natural», «proximidad», «sostenible». Tu abuela se habría extrañado de la necesidad de estas etiquetas.

En su época, la comida o venía de cerca o no venía, y los productos químicos aún no habían invadido la agricultura a escala industrial. Pero el lenguaje importa y estos términos señalan algo real. Hoy en día, se hace una elección deliberada de nadar contra la corriente de los sistemas alimentarios globalizados e industrializados. En Pamplona, este movimiento se ha materializado en varias iniciativas de mercadillo.

El EKOmercado, Semana del Producto Local y más

Un EKOmercado se reúne el primer sábado de cada mes en la antigua estación de autobuses y ofrece productos ecológicos certificados directamente de productores navarros. Es más que un mercado. En realidad, pretende ser un espacio educativo en el que los consumidores puedan aprender sobre la alimentación de temporada y los métodos de producción, y establecer relaciones directas con los agricultores.

Por otro lado, tenemos la Semana del Producto Local, una celebración anual que se ha convertido en un evento fijo desde 2016. Así, en octubre, la Plaza del Castillo se transforma en una muestra de productores locales, que se complementa con catas, demostraciones culinarias, proyecciones y actividades infantiles. Los restaurantes crean menús especiales con ingredientes locales. Los hoteles ofrecen productos regionales en el desayuno. Toda la ciudad parece recordar brevemente que existe en un lugar concreto, con recursos específicos, conectada a una tierra determinada. Pero le falta algo: lo mundano y popular, el dejar hacer sin estar nada reglado más allá de lo necesario.

Aquí hace falta una buena dosis de honestidad con un toque de ironía. Es cierto que el EKOmercado es encantador. La Semana del Producto Local genera entusiasmo y buena prensa. Hay un valor genuino en crear espacios donde productores y consumidores puedan conectar directamente y donde la historia de la comida vaya más allá de «apareció en la estantería del supermercado».

Pero no pretendamos que estos eventos, por bienintencionados que sean, son donde la mayoría de los pamploneses hace sus compras diarias. Eso ocurre en las cadenas de supermercados y, como mucho, en el mencionado campo de toldos de Landaben los domingos por la mañana. Ocurre en los mercados de barrio de toda la Cuenca de Pamplona: Barañáin los martes, Villava los jueves, Berriozar los sábados, Burlada los miércoles, Zizur Mayor los viernes y Sarriguren los sábados. Esos son los verdaderos depósitos de las despensas de la ciudad, los lugares que mantienen abastecidas semana tras semana las cocinas domésticas.

Feria de Navidad. Crédito: Cristina Núñez Baquedano. Ayuntamiento de Pamplona
Crédito: Cristina Núñez Baquedano

Reflexionemos sobre lo que hemos perdido, lo que hemos conservado y lo que estamos construyendo. La desaparición del mercado de la Plaza de los Ajos me duele de manera especial porque representaba algo espontáneo y orgánico. Las fuerzas del mercado, en el sentido más literal, dictaron sentencia sobre un patrimonio inmaterial.

San Blas sobrevive porque está arraigado en el calendario de la devoción y la celebración comunitaria. No se va solo a comprar dulces, sino a participar en algo más grande, en la mentalidad local, que el comercio.

Los mercados navideños perduran por una lógica similar, ya que marcan la estación y son rituales que estructuran el tiempo. Los mercados semanales, como el de Landaben, persisten porque satisfacen una necesidad práctica. No son románticos ni políticamente correctos, simplemente son útiles. La gente necesita verduras. Los vendedores venden verduras. El sistema funciona.

¿Y los nuevos mercados «locales»? Intentan combinar todos estos elementos: comercio, pero también educación, construcción comunitaria, declaración política y recuperación cultural. Es mucho pedirle a unas cuantas verduras y quesos, pero el intento en sí importa. Como dice cualquier productor, consumir productos ecológicos y locales ayuda a mantener vivos los espacios rurales y de montaña y a apoyar un tipo de agricultura que respeta los ciclos y opera a escala humana.

Feria del Ganado equino de San Fermín. Crédito: Ayuntamiento de Pamplona.

Esto es lo que realmente construye la cultura alimentaria de una región. No los eventos especiales, ni las campañas de concienciación, ni siquiera los anuncios con un gran presupuesto. Lo que importa es el hábito semanal de ir a los mismos vendedores, aprender qué está bueno esa semana, descubrir qué productos están de temporada, entender que la comida tiene ritmos, límites y conexiones con lugares y personas concretos.

Los mercados van y vienen. La Plaza de los Ajos se ha ido, probablemente para siempre. Otros mercados, como la feria de ganado de San Fermín, quizá seguirán su camino. Nada es permanente. Pero el impulso que los sostiene, el deseo de lugares donde el comercio ocurra cara a cara, donde sepas algo sobre lo que compras y quién lo produce y donde la transacción sea social además de económica, parece duradero.

Se manifiesta de formas distintas entre generaciones. Los mercados de nuestros abuelos eran distintos a los nuestros y, seguramente, los de nuestros nietos también lo serán. Las formas concretas cambian, pero la necesidad subyacente persiste. En el fondo, queremos comer bien y sentirnos conectados con los orígenes de nuestro sustento; queremos formar parte de comunidades que se extienden más allá de nuestras puertas.

El mercadillo de los ajos pasó de ser esencial a ser pintoresco y, finalmente, desapareció. Otros mercados están navegando ahora esa misma trayectoria, lo sepan o no. El mercado de Landaben, por ejemplo, probablemente tiene décadas por delante porque satisface una necesidad real de manera eficiente. El EKOmercado puede evolucionar hasta convertirse en algo más central o puede seguir siendo una agradable reunión mensual para los ya convencidos. San Blas seguirá mientras haya creyentes y golosos. Y surgirán nuevos mercados que aún no podemos imaginar, respondiendo a necesidades y deseos que todavía no hemos articulado.

Mercadillo medieval de Pamplona. Fotografía Cristina Núñez Baquedano. Ayuntamiento de Pamplona
Mercadillo Medieval Pamplona. Crédito: Cristina Núñez Baquedano. Ayuntamiento de Pamplona.
Crédito: Cristina Núñez Baquedano | Ayuntamiento de Pamplona

Quedémonos con una última reflexión de los baserritarras. Los viejos agricultores que llevaban su producción a las plazoletas sabían algo que los modernos entusiastas del «local, orgánico y natural» harían bien en recordar: «Jenero ona baino benta hobea hobeto» (mejor una buena venta que un buen producto). Es decir, cuando el mercado está en pleno apogeo, incluso los tomates mediocres se agotan rápidamente; pero cuando no hay ventas, incluso las mejores piezas de perfección agrícola se pudren sin que nadie las compre. Es una sabiduría deliciosamente cínica que corta de raíz todo el romanticismo que nos contamos sobre los mercados, las tradiciones y las conexiones auténticas con la tierra.

Sí, la calidad importa. Sí, las relaciones importan. Pero el momento, la ubicación y que la gente vaya con dinero en el bolsillo también importan. Los vendedores de ajos de la Plaza de los Ajos lo aprendieron a la fuerza. El mercado de Landaben lo entiende instintivamente. Y los del EKOmercado aún lo están averiguando. Ánimo a todos y que hagan buenas compras y ventas.

Iruñean itzaltzen diren merkatuak eta loratzen direnak

Bada ezaugarri berezi bat Iruñeko goizetan, hiriko biztanleek berehala aitortzen dutena. Hiri honetan kale lokartuen nahasketa bat sortzen da, helburu batekin doan jendearen energiarekin esnatzen direnak, olanazko poltsak eskuan. Hamarkada askotan, hiri honen bihotzak taupadak egin ditu bere merkatuen erritmoan. Lurraren eskuzabaltasunak giza eskuekin topo egiten duen topalekuak dira, non nekazariek eta artisauek plaza publikoak merkataritza eta bizikidetzarako aldi baterako herrixka bihurtzen dituzten. Hala ere, tradizio horietako batzuk isilean desagertu dira, oroitzapen eta argazki koloregabeak bakarrik utziz. Beste batzuk, berriz, egokitu egiten dira. Beste batzuk berriak eta indartsuak sortu dira, gaur egun «lokala», «ekologikoa» eta «naturala» deitzen dugunarekiko interes berritua aprobetxatuz, nahiz eta gure aitona-amonek janaria deitu besterik ez zioten egingo.

San Fermin jaietan, saltzaileek baratxuri postuz betetzen zutenean, Errekoleten Plazak «Baratxurien Plaza» ezizena hartu zuen. Ez zen edozein merkatu, baizik eta bertaratuek beren zerrenda ikonikoak erosten zituzten lekua. XX. mendearen hasieran ere, jendeak lepoko usaintsuak zituen argazkilari berrien aurrean. Hala ere, irakurle maitea, argazki zaharrak arakatzen badituzu, plaza asko aldatu dela ikusiko duzu.

Zurezko berrogei postu edo gehiago zeuden espazioa betetzen, Faltzes, Corella eta Azkoiendik zetozen baratxuri urkilen mendiei itzala ematen zieten olanekin. Eszena hain zen enblematikoa, ezen bisitariek baratxuri urkilak eramaten baitzituzten etxera, hiriko oroitzapen gisa, beste edozer souvenir baino maizago. Baina tradizioak, berakatzak bezala, zimeldu egin daitezke. Hirurogeita hamarreko hamarkadan, saltzaileek jada nabaritzen zituzten arazoak, prezioek ez baitzieten jarraitzen kostu gero eta handiagoen erritmoari, eta salmentak urtez urte jaisten baitziren. Gainbehera mailakatua izan zen, baina gupidagabea. 1989an geratzen ziren sei postuetatik, 2004an bi baino ez ziren merkatura jaitsi eta, 2011n, Martinez anaiek bakarrik jarraitzen zuten. Azkenik, 2019an, azken lotura hori ere hautsi egin zen, eta baratxuriaren azoka txikia desagertu egin zen, plazaren beste erabilera batzuekin ordezkatuz.

Hala ere, jai batzuek iraun egiten dute, eta, haiekin batera, toldoak eta dendak. Merkatu tradizional guztiek ez dute zaharkitzeko bidea jarraitu. Eguberriak ere bere merkataritza-tradizioa mantentzen du. Gazteluko plazan artisau-produktuen postu ugari daude jaietan. Horrez gain, bidezko merkataritzako erakundeek ere parte hartzen dute, eta produktuak eta haien garapenari buruzko informazioa eskaintzen dute. Ez dira Europako hiri batzuetan aurkitzen diren eragiketa komertzial izugarriak. Hala ere, tamaina txikiago hori egokia da Iruñerako. Txikixeagoa denez, nahiko intimoa da, eta erosten ari zarena egin duen pertsonarekin hitz egin dezakezu jolas-parke batean egotearen sentsaziorik izan gabe.

Handik gutxira, otsailaren 3an, San Blas egunean, San Nikolas plazan bi dozena postu jarri zituzten gozoki eta pasta tradizionalak saltzeko. Prozesioaren ondoren, produktuak bedeinkatu egiten dira, eta bizilagunek ilara egiten dute. Zeren bila zabiltzate? Izan ere, erroskillak, opilak eta gozokiak besterik ez dira, irunsementzako benetako tradizioa eta ez ikuskizuna markatzen duen aurrez ikus daitekeen berotasun horrekin. Arratsaldean soka-dantza ospatzen da, Duguna udal taldeak interpretatutako kate dantza zaharra. Une horretan, maskarek eta hartzak inauterien etorrera iragartzen dute. Festa honek baratxuriaren merkatuak lortu ezin izan zuena lortu du. Komunitatean errotuta mantendu da bisitarientzako ikuskizunean baino gehiago, eta horrek, agian, haien biziraupena azalduko du.

Errealista izan behar dugu. Gauza bat dira ezohiko datak, eta beste bat oso bestelakoa da asteko erritmoa. Kanpokoa, hemengoa edo haraindikoa bazara, Iruñea benetan nola elikatzen den jakin nahi baduzu, ahaztu jaiak eta ikusi Landaben igande goiz batean. Igandero, uztailean eta abuztuan izan ezik, ehun postu baino gehiago irekitzen dituzte industrialde batean. Ez da bitxia, eta zer axola dio? Aparkalekuek eta industria-nabeek ez dituzte zehazki plaza erromantikoak gogorarazten, baina xarma falta zaiena benetakotasunarekin eta tamainarekin konpentsatzen dute. Merkatua bi gunetan banatzen da. Alde batetik, jateko postuak eta jangarriak daude, eta, bestetik, elikadurakoak ez direnak. Hemen familiek benetako erosketak egiten dituzte. Etxeko bizitzaren asteroko erritmoek nekazaritzaren urtaroko zikloekin egiten dute topo. Saltzaileek ohiko bezeroak ezagutzen dituzte. Hauek badakite zein postu dituzten tomaterik onenak, arrautzarik freskoenak eta zaporerik handieneko ogia. Aipatzekoa da azoka txikiak Txantrean laurogeita hamarreko hamarkadaren hasiera arte erabiltzen zen antzinako «azokaren» tradizioa heredatu zuela. Horrek erakusten du merkatuek ez dutela zertan leku berean egon jarraitutasuna mantentzeko. Gutxiago definitzen dira kokapenagatik, ahalbidetzen dituzten harremanengatik baino: ekoizlea kontsumitzailearekin, bizilaguna bizilagunarekin eta hiria bere nekazaritza-ingurunearekin, hinterland -nabarmen hitza baina erabilera arruntekoa-.

Eta kontua ez da aldatzen? Bai, noski. Hor dago olatu berria: lokala, ekologikoa, naturala… Baina galdera bat daukat… Zer da hau? Uneren batean, sanferminetako baratxuriaren merkatu zaharraren gainbeheraren eta gaur egun, zenbait hitz marketin-magia bihurtu ziren: «lokala», «ekologikoa», «organikoa», «naturala», «hurbiltasuna», «iraunkorra». Zure amona harrituko zen etiketa horien beharraz. Bere garaian, janaria edo hurbiletik etortzen zen edo ez zen etortzen, eta produktu kimikoek oraindik ez zuten hartu nekazaritza maila industrialean. Baina hizkuntzak axola du, eta hitz horiek zerbait erreala adierazten dute. Gaur egun, elikadura-sistema globalizatu eta industrializatuen korrontearen aurka igeri egiteko aukera nahita egiten da. Iruñean, mugimendu hori azoka txikiko hainbat ekimenetan gauzatu da.

EKOmercado bat hileko lehen larunbatean biltzen da autobus geltoki zaharrean eta Nafarroako ekoizleek zuzenean ziurtatutako produktu ekologikoak eskaintzen ditu. Merkatu bat baino gehiago da. Egia esan, hezkuntza-espazio bat izan nahi du, kontsumitzaileek sasoiko elikadurari eta ekoizpen-metodoei buruz ikasteko eta nekazariekin harreman zuzenak ezartzeko aukera izan dezaten. Bestalde, Tokiko Produktuaren Astea dugu, 2016tik ekitaldi finko bihurtu den urteroko ospakizuna. Horrela, urrian, Gazteluko plaza tokiko ekoizleen erakusketa bihurtzen da, dastaketekin, sukaldaritza-erakustaldiekin, proiekzioekin eta haurrentzako jarduerekin osatzen dena. Jatetxeek menu bereziak sortzen dituzte tokiko osagaiekin. Hotelek eskualdeko produktuak eskaintzen dituzte gosarian. Badirudi hiri osoak gogoratzen duela, labur-labur, leku jakin batean dagoela, baliabide espezifikoekin, lur jakin bati lotuta. Baina zerbait falta zaio: herrikoia eta mundutarra, ezer arauturik egon gabe egiten uztea behar baino gehiago.

Hemen zintzotasun dosi on bat behar da ironia ukitu batekin. Egia da EKOmerkatua xarmagarria dela. Tokiko Produktuaren Asteak gogo bizia eta prentsa ona sortzen ditu. Ekoizleek eta kontsumitzaileek zuzenean konektatu ahal izateko eta janariaren historia «supermerkatuko apalean agertu zen» eremutik haratago joateko espazioak sortzeko benetako balioa dago. Baina ez dugu pentsatu iruindar gehienek ekitaldi horietan egunero erosketak egitea, asmo onekoak izan arren. Hori supermerkatu-kateetan gertatzen da, eta, asko jota, igande goizetan Landabengo toldo-eremuan. Iruñerri osoko auzo merkatuetan gertatzen da: Barañain astearteetan, Atarrabia ostegunetan, Berriozar larunbatetan, Burlata asteazkenetan, Zizur Nagusia ostiraletan eta Sarriguren larunbatetan. Horiek dira hiriko biltegien benetako biltegiak, etxeko sukaldeak astez aste hornitzen dituzten lekuak.

Gogoeta egin dezagun galdu dugunaz, gorde dugunaz eta eraikitzen ari garenaz. Baratxurien Plazako merkatua desagertzeak min berezia ematen dit, zerbait espontaneoa eta organikoa baitzen. Merkatuko indarrek, zentzurik literalenean, ondare materiagabeari buruzko epaia eman zuten. San Blasek bizirik dirau debozioaren eta ospakizun komunitarioaren egutegian errotuta dagoelako. Ez da gozokiak erostera bakarrik joaten, baizik eta saltokiak baino zerbait handiagoan parte hartzera, tokiko pentsamoldean. Gabonetako merkatuek antzeko logikarekin irauten dute, urtaroa markatzen dutelako eta denbora egituratzen duten erritualak direlako. Asteroko merkatuek, Landabengo merkatuak kasu, bere horretan diraute, behar praktiko bat asetzen dutelako. Ez dira erromantikoak, ezta politikoki zuzenak ere, baliagarriak baino ez dira. Jendeak barazkiak behar ditu. Saltzaileek barazkiak saltzen dituzte. Sistemak funtzionatzen du. Eta tokiko merkatu berriak? Elementu horiek guztiak konbinatzen saiatzen dira: merkataritza, baina baita hezkuntza, eraikuntza komunitarioa, adierazpen politikoa eta berreskurapen kulturala ere. Asko da barazki eta gazta batzuei eskatzea, baina ahaleginak berak axola du. Edozein ekoizle batek dioen bezala, produktu ekologikoak eta tokikoak kontsumitzeak lagundu egiten du landa-eremuak eta mendi-eremuak bizirik mantentzen eta zikloak errespetatzen dituen eta giza eskalan jarduten duen nekazaritza mota bat babesten.

Horrek eraikitzen du benetan eskualde bateko elikadura-kultura. Ez ekitaldi berezietan, ez kontzientziazio-kanpainetan, ezta aurrekontu handiko iragarkietan ere. Inporta duena astean behin saltzaile berberengana joateko ohitura da, aste horretan zer dagoen ona ikastea, sasoiko zer produktu dauden jakitea, janariak erritmoak, mugak eta leku eta pertsona jakinekiko loturak dituela ulertzea. Merkatuak hara eta hona dabiltza. Baratxurien Plaza joan egin da, seguruenik betiko. Beste merkatu batzuek, hala nola San Ferminetako ganadu-feriak, agian beren bidea jarraituko dute. Ezer ez da iraunkorra. Baina horiek sostengatzen dituen bultzadak, merkataritza aurrez aurre gertatzen den tokien nahiak, erosten duzunari eta ekoizten duenari buruz zerbait dakizun tokien nahiak, eta transakzioa ekonomikoa izateaz gain soziala den tokien nahiak, iraunkorra dirudi. Belaunaldien artean modu desberdinetan agertzen da. Gure aitona-amonen merkatuak gureak ez bezalakoak ziren, eta, segur aski, gure bilobenak ere desberdinak izango dira. Forma zehatzak aldatu egiten dira, baina azpiko premiak bere horretan dirau. Azken finean, ondo jan nahi dugu eta gure mantenuaren jatorriarekin konektatuta sentitu nahi dugu; gure ateetatik haratago hedatzen diren komunitateen parte izan nahi dugu. Baratxurien azoka txikia funtsezkoa izatetik pintoreskoa izatera pasatu zen eta, azkenean, desagertu egin zen. Beste merkatu batzuk ibilbide hori bera nabigatzen ari dira orain, jakin ala ez. Landabengo merkatuak, adibidez, hamarkadak izango ditu aurretik, benetako premia modu eraginkorrean asetzen duelako. EKOmerkatua zertxobait zentralagoa bihurtu daiteke, edo hileroko bilera atsegina izaten jarrai dezake konbentzituta daudenentzat. San Blasek jarraituko du fededunak eta gozoak dauden bitartean. Eta oraindik imajinatu ezin ditugun merkatu berriak sortuko dira, oraindik artikulatu ez ditugun beharrei eta nahiei erantzunez.

Gera gaitezen baserritarren azken gogoetarekin. Beren ekoizpena plazatxoetara eramaten zuten nekazari zaharrek bazekiten zer edo zer «lokala, organikoa eta naturala» ren zale modernoek ondo gogoratuko zutena: «Jenero ona baino benta hobea». Hau da, merkatua bete-betean dagoenean, tomate kaskarrak ere azkar agortzen dira; baina salmentarik ez dagoenean, nekazaritza-perfekzioko piezarik onenak ere usteldu egiten dira, inork erosi gabe. Oso jakinduria zinikoa da, eta errotik mozten du merkatuei, tradizioei eta lurrarekiko benetako loturei buruz kontatzen dugun erromantizismo guztia. Bai, kalitateak axola du. Bai, harremanak garrantzitsuak dira. Baina momentuak, kokapenak eta jendeak poltsikoan dirua izateak ere axola du. Baratxurien Plazako berakatza saltzaileek indarrez ikasi zuten. Landabengo merkatua senaz ulertzen du. Eta EKOmerkatukoak oraindik ikertzen ari dira. Etorkizunerako indarra ematen die guztiei, eta erosketa eta salmenta onak egiten dituzte.

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