Todos mirando al Arga

Una nutria en El Arga

Una nutria en El Arga Crédito: Arnau | @Arnaucomics

Resultaba reconfortante escuchar la exquisita dicción inglesa de Tom Hiddleston (el inolvidable Loki en la saga de películas del universo cinematográfico de Marvel) narrando la serie de documentales sobre naturaleza “Earthsounds”, donde los sonidos de los animales son capturados con una nitidez que sobrecoge los sentidos, y así tratar de escapar de la angustia y el horror de las llamas del fuego que asolaba la península. 

Mientras arrellanado en el sofá me deleitaba con el alambicado sistema de comunicación de los pájaros bobos de Adelia o el sonido de la arena arremolinándose en las dunas desérticas, deseaba participar en las visitas interpretativas por el Arga a su paso por Pamplona.

Yendo un paso más allá, y haciendo un uso lícito de la imaginación, bajo las prístinas aguas del viejo Runa podría zambullirme con hasta trece especies diferentes de peces. A modo de Locha de Río, surcaría por la zona de los Alemanes, departiendo amigablemente, sin agobios, con los gobios. Admiraría con cierta envidia la longitud de los barbos, o quizá podría citarme con un ejemplar de madrilla en el Puente de la Magdalena. Chipas y truchas, carpas, aquí hay espacio para todos, incluso para algunas especies introducidas como el alburno o el pez gato. 

Sin abandonar del todo el agua, podríamos toparnos con ranas verdes, sapos parteros, culebras viperinas y tritones. Y sobrevolando la cuenca, una orquesta sublime de aves: anátidas, cigüeñas, torcecuellos, autillos, cormoranes, patos, lavanderas, garzas, oropéndolas…y así hasta cien especies diferentes.

Pero sin duda nuestro vecino más ilustre es el martín pescador. Inconfundible con sus alas azul turquesa brillante y pecho anaranjado, su pico largo y puntiagudo. Auditor de la calidad medioambiental, le gusta el agua limpia y la corriente lenta. Sus manjares predilectos son los gobios y las madrillas, aunque no le hace ascos a los renacuajos. Hay que madrugar para avistarlo, cruzando el puente de San Pedro.

Volvamos a tierra. La nutria está de vuelta en el Arga gracias a los planes de restauración. Los castores, como unos castas, se pasean a sus anchas por la Txantrea. Ginetas, garduñas, y el visón ruropeo comparten hábitat con suma generosidad. Los murciélagos nóctulos patrullan el río cuando llega la oscuridad.

En 2023, un informe de Calidad de Aguas concluyó que el estado físicoquímico y ecológico del Arga a su paso por Pamplona es “muy bueno”. Pero hay que seguir luchando contra los vertidos de hidrocarburos, microplásticos, contaminantes agrícolas y urbanos. Se suceden las campañas de limpieza y control de plagas vegetales, como la eliminación del plumero de la pampa.

Iniciativas como el Plantón Móvil del Arbola Fest, con su desfile participativo, que recorrió el Casco Viejo de Pamplona el pasado mes de junio, formando un bosque humano para reivindicar más naturaleza en la ciudad, demuestran ser todavía más si cabe imprescindibles para concienciar nuestras mentes, a la luz de la tragedia que asedia nuestros bosques.

Los grandes ríos de la historia han sido el entorno natural donde se desarrollaron civilizaciones enteras. El Nilo convirtió el desierto en vergel y permitió que el Egipto de los faraones floreciera; el Tigris y el Éufrates dieron cobijo a las primeras ciudades de la humanidad en Mesopotamia, y aún hoy sus nombres resuenan como sinónimo de origen y cultura. 

Cada corriente de agua que atraviesa un territorio trae consigo algo más que peces, espadañas, carrizo y juncos: transporta alimento, historias, comercio, mitos.

Nuestro río Arga no es ajeno a esa condición de arteria vital. Pamplona se ha mirado en su espejo desde tiempo inmemorial, y junto a él han crecido huertas, molinos, barrios enteros. Pero además de sostener la vida material, el río ha recogido también la savia íntima de la ciudad: la master class del abuelo que muestra a su nieto cómo pescar la trucha indómita, dos enamorados que graban un corazón en la corteza de un aliso (mal hecho); el adolescente que con desdén juega solitario a hacer chipi-chapa. 

Historias efímeras como el elegante patinar de un insecto zapatero, que sin embargo forman un caudal emocional tan importante como el agua misma.

Ya que un río no es solo un accidente geográfico, un obstáculo a vadear, el receptáculo final del detritus del capitalismo. Es un vecino discreto que nos acompaña, nos observa y nos define. Su estado de salud habla de nuestra forma de convivir con la naturaleza, de cuánto respetamos aquello que nos sostiene sin pedir nada a cambio. Cuidar del Arga es cuidarnos a nosotros mismos, porque un río puede decir mucho de quienes viven a su vera. Y quizá, si sabemos escucharlo, también nos susurre cómo ser mejores guardianes de este lugar que compartimos.

En estos meses estivales que han traído de vuelta por enésima vez a la pantalla a superhéroes como los Cuatro Fantásticos o Superman, yo me permito fantasear una vez más,  asumiendo el papel de Alec Holland, la Cosa del Pantano, para velar por nuestro viejo río Runa y defenderlo de las amenazas que lo acechan. Porque, como cantaba Paul McCartney, estamos buscando un cambio en la manera en que tratamos a nuestras criaturas semejantes

Y tal vez ese cambio empiece por reconocer que el Arga no es un simple cauce de agua que atraviesa Pamplona, sino un gigante líquido que nos acompaña, un centinela reservado y silencioso de nuestra memoria colectiva al que debemos respetar y cuidar.

La vida de Pamplona-Iruña en tu Whatsapp

Recibe de lunes a viernes en tu teléfono el boletín con la información más útil.

Muchas gracias ya formas parte de la comunidad